La gratitud es el eco natural de un corazón que reconoce la presencia de Dios en su vida. En el Salmo 67, el salmista proclama su anhelo de que Dios sea conocido en toda la tierra, para que todas las naciones experimenten su amor, su justicia y su salvación:
"Para que en la tierra se conozca tu camino, y entre todas las naciones tu salvación. ¡Que te den gracias los pueblos, oh Dios, que todos los pueblos te den gracias!"
Este canto es, al mismo tiempo, una oración de alabanza y un deseo ardiente de que la humanidad entera se rinda ante la grandeza de Dios, reconociendo su infinita bondad. Es el mismo deseo que debe arder en el corazón de todo cristiano: hacer de nuestra vida una alabanza a Dios y un testimonio de su amor en el mundo.
La Gratitud: Llave de la Vida Interior
El alma agradecida es un alma llena de paz. Cuando aprendemos a ver la mano de Dios en todo—en los momentos de alegría y también en los de prueba—descubrimos que su amor nos envuelve siempre. La gratitud no depende de las circunstancias, sino de la certeza de que Dios es fiel y nunca nos abandona.
Jesús mismo nos enseña el valor de la gratitud en el episodio de los diez leprosos. Solo uno de ellos, un extranjero, vuelve para dar gloria a Dios, y el Señor le dice: "Levántate y vete; tu fe te ha salvado." No solo recibió la curación del cuerpo, sino la del alma, porque comprendió que la bendición más grande no era la sanación, sino la relación con el Señor.
Como cristianos, estamos llamados a vivir en acción de gracias. San Josemaría Escrivá nos lo recuerda cuando nos anima a ser almas de oración y de trabajo, que agradecen a Dios en todo momento:
"La alegría está en el fondo de la cruz. —Así se explica que el Apóstol escriba: «Gaudium cum pace» —gozo y paz. Aquí en la tierra, la felicidad verdadera se identifica con el dolor." (Camino, 301)
Aprender a dar gracias en todas las circunstancias es el camino seguro a la santidad. Quien agradece, confía; y quien confía, ama.
La Justicia de Dios: Confianza en su Providencia
Vivimos en un mundo marcado por la injusticia, el egoísmo y el pecado. Y sin embargo, el salmista proclama con alegría:
"Alégrense y exulten las naciones, porque juzgas a los pueblos con justicia y riges a las naciones de la tierra."
Esta certeza nos da paz: Dios es justo y su justicia no es como la de los hombres, limitada y cambiante. No hay acto de amor, de sacrificio o de fidelidad que quede sin recompensa. Dios ve el corazón y es Él quien da a cada uno según sus obras.
San Juan Pablo II nos recordaba que la verdadera justicia solo puede entenderse desde el amor:
"No hay justicia sin amor, y el amor solo es verdadero si se expresa en la justicia." (Discurso a los juristas católicos, 1999)
La justicia sin amor se vuelve fría e implacable, mientras que el amor sin justicia se vuelve sentimentalismo vacío. Solo en Dios encontramos la síntesis perfecta: su amor es justo y su justicia es amorosa.
Por eso, cuando enfrentamos pruebas o vemos la aparente victoria del mal, debemos recordar que Dios gobierna la historia y que su justicia se manifestará plenamente en su tiempo. Mientras tanto, nuestra tarea es confiar y perseverar, sin dejar que la desesperanza nuble nuestra fe.
El Amor de Dios: Fuente de Nuestra Esperanza
El amor de Dios es la mayor fuente de gratitud y esperanza. Todo en nuestra vida, desde el don de la existencia hasta las oportunidades de crecimiento y santificación, es un reflejo de su amor infinito.
El salmista lo expresa con claridad:
"La tierra ha dado su fruto; nos bendice Dios, nuestro Dios."
Nuestra vida da fruto cuando vivimos en Dios. Él es la vid y nosotros los sarmientos. Unidos a Él, nuestras obras se transforman en semillas de eternidad.
San Juan Pablo II, en su encíclica Dives in Misericordia, nos recordaba que el amor de Dios es el centro de todo:
"El amor, más que una característica de Dios, es Dios mismo: ‘Dios es amor’."
Quien ha experimentado el amor de Dios no puede guardarlo solo para sí. Es un fuego que arde y que debe ser llevado a los demás. Esta es la gran misión de cada cristiano en el mundo: ser testigo del amor divino, a través del trabajo bien hecho, de la entrega generosa y de la alegría que nace de un corazón en paz con Dios.
Reflexión Final
El Salmo 67 es un llamado a la gratitud, a la confianza en la justicia divina y a la alegría de sabernos amados por Dios. Nos invita a elevar nuestra mirada, a no dejarnos atrapar por la tristeza o la desesperanza, sino a vivir con la certeza de que Dios gobierna con sabiduría y amor.
"¡Que te den gracias los pueblos, oh Dios, que todos los pueblos te den gracias!"
Que esta sea nuestra oración diaria: una vida llena de gratitud, confiando en la justicia de Dios y reflejando su amor en cada acto, en cada palabra, en cada instante de nuestra existencia.