Hoy, 8 de septiembre, la Iglesia Católica conmemora con alegría el nacimiento de la siempre bienaventurada Virgen María. La tradición nos recuerda a sus santos padres, San Joaquín y Santa Ana, que con paciencia y fe esperaron el don de la maternidad hasta que Dios les concedió a María, destinada a ser Madre del Salvador.

La liturgia nos invita a mirar este día como un amanecer de esperanza: con el nacimiento de María comienza a despuntar la redención, porque en ella Dios prepara la morada pura y sencilla donde habitará su Hijo.

En lo personal, esta fiesta tiene un matiz especial: ¡comparto cumpleaños con María!. En inglés le dicen “birthday twins”, y en nuestro modo más coloquial podríamos decir que somos “tocayos de cumpleaños”. Claro que la grandeza no está en la coincidencia, sino en lo que este día representa para toda la Iglesia: la certeza de que Dios se adelanta, prepara los caminos y siembra su gracia en la historia.

Celebrar el natalicio de María es celebrar la fidelidad de Dios, que nunca olvida a su pueblo. Y al mismo tiempo es una ocasión para agradecer a nuestros propios padres —como Joaquín y Ana—, que con sus cuidados y su fe han sido instrumentos de la providencia en nuestra vida.

Dijo San Juan Pablo II: “El nacimiento de María anuncia la proximidad de la salvación. Su venida al mundo es ya como un preludio de la Encarnación del Hijo de Dios.”

“La Virgen María fue elegida para que de ella naciera nuestra salvación, y así, antes de ser madre de Cristo, fue madre de la gracia.” San Agustín

Hoy elevemos juntos una oración sencilla:

María, Madre nuestra, enséñanos a acoger la gracia de Dios con la misma humildad y confianza con que tú fuiste recibida en brazos de tus padres.

— Carlos Enrique Loría Beeche, hijo de Guido, hijo de Arturo, hijos de Dios