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El pan en la mesa de mis hijos
Gracias, Diosito, porque nunca faltó el pan en la mesa de mis hijos. Todo fue por tu voluntad. ¡A Vos la gloria, ayer, hoy y por siempre!

Como padre, uno de los más grandes privilegios y responsabilidades que sentí en mi vida fue el de llevar el pan a la mesa de mis hijos. No hablo solo del alimento físico, sino del sustento diario, del techo, del abrigo, del amor... de la presencia constante.

Hoy, con el corazón lleno de gratitud, quiero darle toda la gloria a mi Padre Celestial. ¡Gracias, Diosito! Porque nunca faltó el pan en la mesa de mis hijos. A veces uno cree que es con el propio esfuerzo, con el trabajo, la inteligencia o la disciplina. Pero Vos y yo sabemos que ni un solo pelo de mi cabeza se ha caído sin tu bendita y santa voluntad.

Ahora que soy abuelo, medito en los esfuerzos silenciosos de mi tata, de mi abuelo... en aquellos días cuando yo era apenas un chiquillo y no me daba cuenta de todo lo que implicaba mantener un hogar, sostener una familia. Hoy, con ojos de adulto y corazón de padre y abuelo, comprendo el sacrificio, la entrega y la fe que ellos también tuvieron.

El privilegio de poder alzar en mis brazos a mi noveno nieto, Carlos Francisco, de poder capturar un momento especial con él, de poder dejar en la memoria de mi corazón no solamente la celebración de mis hijos, sino también de mis nietos... Cuando me tomé la foto de los tres Carlos (Carlos Enrique, Carlos Alberto y Carlos Francisco), pensé en que algún día, en su descendencia, se alabe al Dios de sus padres... y saber que se dirá: Arturo, Guido, Carlos...

Gracias, Señor, por haber sido siempre fiel. Por permitirme ser instrumento de tu providencia en la vida de mis hijos. Y gracias también por el legado de amor y trabajo que heredé de quienes vinieron antes.

Cada pedazo de pan compartido ha sido una bendición. Que nunca olvidemos de dónde viene todo lo bueno. Que sepamos siempre agradecer.

“No he visto al justo desamparado ni a su descendencia mendigando el pan.”
— Salmo 37, 25 (Biblia de Jerusalén)

San José, modelo de padre y proveedor

Al pensar en esta misión de cuidar y proveer, no puedo dejar de contemplar la figura silenciosa, humilde y firme de San José. Escogido por Dios para ser el custodio de la Sagrada Familia, fue él quien se esforzó día a día por poner el pan en la mesa de Jesús y de María. No con grandes discursos, sino con trabajo, fidelidad y silencio.

San José no hizo milagros, pero vivió en obediencia al Milagro Encarnado. No buscó reconocimientos, pero fue llamado “justo” por Dios. En él se ve reflejada la dignidad de todo padre que, aún en medio de pruebas, se convierte en instrumento de la Providencia divina.

Hoy le pido a San José que interceda por todos los padres y abuelos del mundo. Que nos enseñe a confiar, a trabajar con alegría, y a descansar en la voluntad del Padre que siempre provee.


Carlos Enrique Loría Beeche
Hijo de Guido, hijo de Arturo, hijos de Dios.

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